Instintos Caninos

Instintos caninos.

En el corazón de cada perro palpita un universo de instintos ancestrales, esos impulsos primitivos que han guiado a sus ancestros a través de los vastos y cambiantes paisajes de la historia.

La literatura especializada en comportamiento animal y numerosos estudios científicos coinciden en resaltar la importancia de estos instintos en la vida de nuestros amigos caninos.

Estos instintos no son meras reliquias del pasado; son la brújula que orienta cada aspecto de su comportamiento, desde la búsqueda de alimento hasta la protección de sus seres queridos y su territorio.

La evolución ha afilado estos instintos para asegurar la supervivencia de los caninos en un mundo que no siempre es amable. Mientras que los seres humanos hemos desarrollado sociedades complejas que, en muchos casos, nos alejan de nuestros instintos más básicos, los perros conservan esa conexión directa y pura con sus impulsos naturales.

Esto les confiere una autenticidad y una sinceridad emocional que nosotros, en nuestro mundo, a menudo demasiado racionalizado, a veces envidiamos.

Reconocer y comprender estos instintos no solo nos permite apreciar la riqueza de la experiencia canina en toda su profundidad, sino que también nos brinda la clave para establecer una relación más armoniosa y respetuosa con nuestros compañeros de cuatro patas.

Al honrar su naturaleza instintiva, les ofrecemos un entorno en el que pueden florecer, sintiéndose comprendidos y aceptados, no como seres humanos con pelaje, sino como los maravillosos perros que son, con todas las complejidades que su mundo instintivo conlleva.

Este es el verdadero desafío y, a la vez, el regalo más grande que podemos ofrecerles: el de una vida compartida, en la que los instintos y emociones de nuestros amigos caninos sean valorados y respetados en toda su magnífica esencia.

El instinto, esa fuerza invisible e innata que guía a nuestros fieles compañeros caninos desde su más tierna infancia, es una maravilla de la naturaleza que despierta tanto asombro como admiración. Este patrón de comportamiento, profundamente arraigado en el núcleo de su ser, actúa como un maestro interno que orienta sus acciones y reacciones ante diversas situaciones, sin que medie aprendizaje alguno. Es una sabiduría ancestral, transmitida de generación en generación, que asegura su supervivencia y adaptación al entorno desde el primer momento de su existencia.

Observar a un cachorro buscando instintivamente el calor y el alimento de su madre nos llena de ternura, pero también nos recuerda la complejidad y la perfección de la vida. Del mismo modo, ver a una perra preparando meticulosamente su nido antes del nacimiento de sus cachorros, o a un perro adoptando una postura elegante y natural sin haber sido entrenado para ello, nos hace reflexionar sobre la profundidad de estos instintos que fluyen a través de ellos sin esfuerzo, guiados por una fuerza ancestral que escapa a nuestro completo entendimiento.

La distinción entre lo que es aprendido y lo que es innato en ellos nos invita a maravillarnos ante la capacidad de la naturaleza para dotar a estos seres de herramientas de supervivencia y adaptación tan complejas y efectivas. Para afirmar que una conducta es fruto del instinto, debemos estar seguros de que no ha sido aprendida, sino que es heredada, una reliquia biológica que pasa de padres a hijos, asegurando así la continuidad y el éxito de la especie en su relación con el mundo que les rodea.

Este entendimiento no solo acrecienta nuestro asombro y respeto hacia nuestros compañeros caninos, sino que también enriquece nuestra relación con ellos, permitiéndonos apreciar la profundidad y autenticidad de su ser. Al reconocer y honrar sus instintos, fortalecemos el vínculo que nos une, basado en un profundo respeto y admiración mutua. Los instintos de nuestros perros son, en esencia, un recordatorio de la sabiduría de la naturaleza, y un regalo que nos permite conectar con ellos de manera más profunda y auténtica.

Los instintos, esos fascinantes patrones conductuales innatos que guían a nuestros perros en su interacción con el mundo, son esenciales para su supervivencia. No aprendidos, sino heredados, estos procesos cognitivos inconscientes actúan como una brújula interna, orientando a nuestros amigos caninos en un entorno que constantemente evalúan como seguro o amenazante. Gracias a estos instintos, un perro puede decidir en un instante si debe acercarse amigablemente, defenderse o huir, garantizando así su bienestar y supervivencia en un mundo lleno de incertidumbres.

Esta sabiduría innata, profundamente arraigada en su ser, se extiende a aspectos fundamentales de su vida cotidiana, como son la micción y la defecación, comportamientos cruciales para su salud y adecuada convivencia en el entorno humano. Pero lo más fascinante de estos instintos es que, a pesar de ser hereditarios, están lejos de ser rígidos e inmutables. La selección, tanto natural como artificial, juega un papel crucial en su modulación y perfeccionamiento.

A través de la selección artificial, llevada a cabo con meticulosidad y visión por los seres humanos, podemos influir en estos patrones conductuales y cognitivos. Al elegir ciertos perros para la cría, basándonos en características físicas, de comportamiento o incluso de color de ojos, estamos moldeando el curso de su evolución, afinando esos instintos para adaptarse mejor a la convivencia con nosotros y para desempeñar roles específicos dentro de la sociedad humana.

Esta capacidad de moldear y perfeccionar los instintos caninos es un testimonio de la interconexión entre nuestras dos especies, un proceso de convolución que ha enriquecido nuestras vidas de maneras inimaginables. A medida que el perro crece y se desarrolla en un entorno definido por su interacción con los humanos, esos instintos innatos, aunque determinados por su especie y raza, se ven influenciados y en cierta medida modelados por factores externos. Este dinamismo en el desarrollo de los instintos subraya la importancia de nuestro papel como cuidadores responsables y conscientes de nuestras decisiones en la vida de nuestros compañeros caninos.

Así, mientras celebramos y nos maravillamos ante la complejidad de los instintos caninos, también debemos abrazar nuestra responsabilidad en su moldeamiento consciente. Nuestra intervención, guiada por el conocimiento y el respeto, no solo puede mejorar la calidad de vida de nuestros perros, sino también fortalecer el vínculo eterno que nos une a ellos, demostrando una vez más la profundidad y riqueza de nuestra convivencia compartida.

El proceso madurativo en los perros es un viaje fascinante, marcado por instintos que actúan como pilares fundamentales en su desarrollo. Desde los primeros días de vida, el cachorro se encuentra inmerso en un mundo donde cada experiencia es una lección, cada error, una oportunidad para crecer. Los instintos no son meras respuestas automáticas, sino el andamiaje sobre el cual se construye el aprendizaje, permitiendo al perro adulto navegar el mundo con mayor sabiduría y adaptabilidad, evitando los tropiezos de su juventud.

Considerar los instintos como la base del aprendizaje nos otorga una perspectiva poderosa en la educación de nuestros perros. No se trata simplemente de enseñarles trucos o comportamientos, sino de entender y respetar esos impulsos innatos que guían su comportamiento. Al hacerlo, nuestro rol como educadores se transforma; no cortamos camino, sino que pavimentamos un sendero que respeta su naturaleza, guiándolos con mano firme y corazón abierto.

El aprendizaje, entonces, se convierte en un mediador delicado y poderoso entre el instinto y el entorno. A través de él, podemos potenciar aquellas habilidades instintivas que son beneficiosas, modificar aquellas que requieran ajuste, o apaciguar las que puedan resultar problemáticas en un entorno humano. Esta intervención consciente y respetuosa nos permite no solo mejorar la calidad de vida de nuestros compañeros caninos sino también fortalecer la conexión emocional que compartimos con ellos.

Este proceso requiere de una comprensión profunda y empática de la psicología canina, reconociendo que cada perro es un individuo único, con sus propios instintos, emociones y capacidades de aprendizaje. Al abrazar este enfoque, nos comprometemos a acompañar a nuestros perros en su viaje de desarrollo, asegurando que cada paso que dan esté en armonía con su ser más profundo y auténtico.

La educación de un perro, vista desde esta perspectiva, se convierte en un acto de amor y respeto mutuo, donde el conocimiento de sus instintos nos sirve de guía. Es un camino que recorremos juntos, celebrando cada avance, aprendiendo de cada desafío, y fortaleciendo el vínculo inquebrantable que nos une. En este viaje compartido, los instintos no son obstáculos a superar, sino aliados que nos enseñan la verdadera esencia de nuestros compañeros caninos, permitiéndonos conocerlos, comprenderlos y amarlos con una profundidad que solo el corazón puede entender.

Todas las razas caninas poseen básicamente los mismos instintos caninos, aunque el grado de expresión puede ser diferente en función de la raza, para que se produzcan conductas instintivas es necesario que intervengan dos factores:

En el complejo y fascinante mundo de la psicología canina, los instintos de nuestros perros se despliegan como una sinfonía orquestada por dos grandes directores: los factores de orden externo e interno. Estos elementos, en un delicado equilibrio, son esenciales para comprender cómo se manifiestan estas conductas innatas en nuestros compañeros de cuatro patas.

Los factores de orden externo actúan como la chispa que enciende el fuego del instinto. Sin la presencia de estímulos externos adecuados, el vasto potencial de estas conductas permanecería latente, esperando ser despertado. Como el pintor necesita de su lienzo para dar rienda suelta a su creatividad, el perro necesita de estos estímulos para manifestar su repertorio instintivo. Estos pueden ser tan variados como un sonido específico, la presencia de un objeto, o incluso la atmósfera de un lugar, que activan el complejo mecanismo nervioso del animal, desencadenando respuestas precisas y adaptativas.

Por otro lado, los factores de orden interno actúan como el combustible que alimenta esta llama. La motivación intrínseca del perro, sus necesidades emocionales y físicas, son lo que dan dirección y fuerza a su comportamiento. Sin este impulso interno, incluso el estímulo más potente podría resultar ineficaz. Es este deseo innato de explorar, jugar, proteger, o incluso el simple acto de buscar compañía y afecto, lo que motiva al perro a actuar de acuerdo con su naturaleza instintiva.

La diversidad de instintos en los perros, que varía notablemente entre razas, es un testimonio de la rica herencia evolutiva de estos animales. Desde el instinto de pastoreo en los Border Collies, diseñado para la coordinación y la guía de rebaños, hasta el poderoso instinto de protección de un Pastor Alemán, cada raza lleva consigo un conjunto único de instintos que no solo son imprescindibles para su supervivencia, sino que también definen su identidad y su papel dentro del mundo humano.

Estos instintos, modelados tanto por la genética como por el entorno, requieren de un equilibrio entre la estimulación externa y la motivación interna para su plena expresión. Comprender y respetar esta dualidad es esencial para quienes comparten su vida con estos seres maravillosos, permitiéndonos no solo garantizar su bienestar, sino también enriquecer nuestra convivencia con ellos, celebrando la diversidad y la complejidad de su naturaleza instintiva.

El instinto canino de caza.

En los perros es una de las manifestaciones más ancestrales y fascinantes de su comportamiento, un legado directo de sus antepasados salvajes. Este impulso profundo, que se activa ante la posibilidad de dar alcance a una presa, está fuertemente vinculado a la necesidad básica de alimentación. Sin embargo, en el contexto moderno, donde la mayoría de nuestros compañeros caninos ya no necesitan cazar para sobrevivir, este instinto sigue siendo una parte vital de su ser, manifestándose en juegos, en la persecución de juguetes o incluso en la reacción instintiva ante pequeños animales.

Este instinto no se limita meramente a la acción física de cazar; es un proceso complejo que involucra la detección, el acecho, la persecución, y finalmente, la captura de la presa. Aunque impulsado por el hambre, el instinto de caza también es una fuente de estimulación mental y física para el perro, ofreciéndole una manera de canalizar su energía y satisfacer su curiosidad natural.

Es importante reconocer y entender este instinto para poder ofrecer a nuestros perros alternativas seguras y constructivas que les permitan expresarlo de manera saludable. A través de juegos que simulan la caza, como buscar objetos escondidos o jugar a “traer” con juguetes que imitan a las presas, podemos proporcionarles el ejercicio y la estimulación mental que necesitan, respetando al mismo tiempo su naturaleza instintiva.

Entender el instinto de caza de nuestros perros también nos ayuda a comprender mejor su comportamiento y a establecer una relación más armoniosa y respetuosa con ellos. Reconociendo este impulso ancestral, podemos acercarnos más a nuestros amigos caninos, apreciando la profundidad de su mundo interior y asegurando su bienestar en un entorno compartido con nosotros. Al hacerlo, no solo mitigamos comportamientos no deseados derivados de la frustración o el aburrimiento, sino que también celebramos y honramos el rico legado instintivo que forma una parte tan esencial de su identidad.

El instinto canino de presa.

Intrínsecamente ligado al de caza, es otro fascinante aspecto del comportamiento canino que nos remonta a sus orígenes salvajes. Este instinto se manifiesta inmediatamente después del impulso de cazar, cuando el objetivo ya no es simplemente dar alcance, sino asegurar la supervivencia a través de la alimentación. La naturaleza ha dotado a los perros de este profundo impulso no solo como una manera de obtener comida, sino como una habilidad esencial para la supervivencia en el salvaje.

La transición del instinto de caza al de presa es un momento crítico que revela la complejidad del comportamiento instintivo canino. Mientras que el instinto de cazar puede ser visto como la chispa inicial, el instinto de presa es el que lleva a cabo la acción final necesaria para la supervivencia: la captura y eventual eliminación de la presa. Este instinto no solo es innato, sino que también requiere de un aprendizaje y perfeccionamiento a lo largo de la vida del animal, especialmente en sus primeras etapas de desarrollo.

En el contexto de la vida moderna, donde los perros ya no necesitan cazar para alimentarse, este instinto se puede observar en comportamientos de juego o en la forma en que interactúan con juguetes, demostrando la persistencia de estas conductas ancestrales. Sin embargo, la capacidad de “matar” la presa, en este caso simbólica, debe ser moldeada y adaptada a través de juegos y entrenamiento que permitan al perro expresar este instinto de manera segura y controlada.

Comprender y respetar el instinto de presa en nuestros perros es crucial para proporcionarles una vida equilibrada y plena. Ofreciendo alternativas adecuadas que simulen la experiencia de la caza y captura, podemos enriquecer su entorno, satisfaciendo sus necesidades instintivas mientras reforzamos el vínculo con ellos. Este entendimiento nos permite no solo evitar comportamientos problemáticos derivados de la frustración o el aburrimiento, sino también celebrar la riqueza de su ser natural, abrazando la complejidad de su herencia salvaje con amor, respeto y comprensión.

El instinto canino de búsqueda.

En nuestros perros es una ventana hacia su profunda conexión con el mundo natural, una habilidad primordial que trasciende la simple acción de encontrar. Este impulso los lleva a explorar su entorno con un propósito definido: la localización de algo específico, sea una presa, una pareja potencial durante el periodo de celo, o cualquier otro objetivo que despierte su interés. Este instinto actúa como un puente entre el deseo y su satisfacción, una etapa crucial que, aunque no resuelve por sí misma la necesidad subyacente, es indispensable para alcanzar un fin mayor.

La búsqueda es, por tanto, una expresión de la tenacidad y la determinación canina, un reflejo de su capacidad para enfocarse en una meta y emplear todas sus habilidades sensoriales y cognitivas hacia su consecución. Este comportamiento, arraigado en la necesidad de supervivencia, se ha adaptado en la convivencia con los humanos para abarcar actividades que, aunque ya no estén directamente relacionadas con su sustento o reproducción, siguen siendo esenciales para su bienestar físico y mental.

En la vida cotidiana, este instinto se puede manifestar de formas variadas, desde la búsqueda de juguetes escondidos hasta el seguimiento de olores durante un paseo. Cada vez que un perro sigue un rastro con la nariz pegada al suelo o inspecciona meticulosamente un área con sus sentidos agudizados, está expresando este antiguo impulso de búsqueda. Es una actividad que estimula su mente, despierta su curiosidad y proporciona una valiosa oportunidad para el ejercicio y la interacción con su entorno.

Entender y fomentar el instinto de búsqueda en nuestros perros no solo es una forma de honrar su naturaleza intrínseca, sino también de enriquecer su vida diaria con desafíos que satisfacen sus necesidades instintivas. Mediante juegos que estimulan la búsqueda, podemos ofrecerles una salida constructiva para este impulso, fortaleciendo al mismo tiempo nuestro vínculo con ellos y asegurando su equilibrio emocional y físico. Al hacerlo, reconocemos y celebramos la complejidad de su ser, proporcionando un entorno en el que pueden florecer plenamente, expresando toda la riqueza de su herencia natural con alegría y satisfacción.

El instinto canino de manada.

Profundamente arraigado en la esencia de nuestros perros, es una fuerza poderosa que impulsa su deseo de pertenecer y participar en una estructura comunitaria. Este instinto no solo refleja la necesidad básica de conexión y seguridad, sino que también subraya la importancia de la jerarquía y el orden dentro del grupo. La finalidad última de este instinto es alcanzar un estatus que les permita liderar y, por ende, asegurar la mejor oportunidad de supervivencia y reproducción, perpetuando así la especie.

La vida en manada enseña a los perros las reglas sociales y el respeto hacia la figura de autoridad, lo cual es crucial para su desarrollo psicológico y su bienestar. En este contexto, cada miembro de la manada tiene un rol específico que desempeñar, contribuyendo al bienestar y la estabilidad del grupo. El deseo de ascender en la jerarquía es un impulso natural que motiva comportamientos de cooperación, competencia sana y aprendizaje constante.

En el ámbito doméstico, este instinto se manifiesta en la forma en que los perros interactúan con los miembros de la familia humana, viéndolos como su manada. El establecimiento de reglas claras y una estructura jerárquica bien definida dentro del hogar es esencial para satisfacer este instinto, proporcionando al perro un sentido de orden y pertenencia. La figura del cuidador se convierte en el líder, cuya autoridad y guía son fundamentales para el desarrollo emocional y social del perro.

Comprender y respetar el instinto de manada de nuestros perros nos permite crear una relación armoniosa y equilibrada, donde se sienten seguros, valorados y comprendidos. A través de la educación, el refuerzo positivo y el establecimiento de límites claros, podemos guiarlos para que sean miembros felices y bien adaptados de nuestra “manada” familiar. Este enfoque no solo refuerza el vínculo entre el perro y su familia humana, sino que también contribuye a una convivencia pacífica y enriquecedora, celebrando la profunda conexión que compartimos con estos seres increíbles.

El instinto canino de guardia.

Es una de las facetas más complejas y vitales en la conducta canina, entrelazada profundamente con su supervivencia y bienestar. Este impulso ancestral no solo se centra en la defensa del territorio, sino que abarca la protección de recursos valiosos como la comida, los compañeros potenciales para la reproducción, e incluso la integridad de la manada. Este instinto refleja la necesidad intrínseca de seguridad y estabilidad dentro del entorno del perro, siendo fundamental para su desarrollo psicológico y social.

La agresión que puede surgir a partir de este instinto se manifiesta de dos formas principales: intraespecífica e interespecífica. La agresión intraespecífica, es decir, aquella que ocurre entre individuos de la misma especie, es un mecanismo regulador dentro de la dinámica social de los canes, donde se establecen y mantienen jerarquías, se defienden recursos, y se asegura el orden dentro del grupo. Esta forma de agresión, aunque puede parecer alarmante, es en realidad un aspecto natural de su comportamiento social, que, cuando es bien entendido y gestionado, no tiene por qué desembocar en conflictos graves.

Por otro lado, la agresión interespecífica, la que se da entre individuos de especies diferentes, puede ser vista como una manifestación del instinto de protección frente a posibles amenazas al territorio, a la manada, o a los recursos. Este tipo de agresión subraya la importancia de una socialización temprana y adecuada, donde el perro aprenda a distinguir entre situaciones y seres que representan una verdadera amenaza y aquellos que no lo son.

Entender y respetar el instinto de guarda en nuestros perros es crucial para fomentar un ambiente seguro y armonioso tanto para ellos como para las personas y otros animales con los que conviven.

A través de una educación basada en el respeto mutuo, la confianza y la comunicación efectiva, podemos guiar a nuestros compañeros caninos para que gestionen de manera adecuada sus impulsos protectores, canalizándolos de forma constructiva y evitando situaciones de conflicto. Esta comprensión nos permite no solo proteger el bienestar físico y emocional de nuestros perros, sino también fortalecer el vínculo profundo que compartimos con ellos, basado en el conocimiento mutuo y el respeto por su naturaleza instintiva.

El instinto de conservación y supervivencia es, sin duda, el más profundo y primordial de todos los instintos que guían a nuestros queridos compañeros caninos.

Este complejo instinto se compone de dos elementos fundamentales: el instinto de huida y el instinto de defensa, ambos diseñados para proteger la vida del animal en situaciones de riesgo.

El instinto canino de huida.

Se activa ante la percepción de una amenaza, impulsando al perro a evitar el peligro huyendo de él. Esta respuesta instintiva es una táctica de supervivencia que minimiza los riesgos de daño físico, permitiendo al animal vivir otro día. No es una señal de cobardía, sino una elección inteligente y natural que prioriza la seguridad y la preservación de la vida. Este mecanismo innato es un claro ejemplo de cómo los perros evalúan las situaciones, optando por el camino que les ofrece la mayor garantía de seguridad y bienestar.

Instinto canino de defensa.

Surge cuando el perro se encuentra en una situación donde la huida no es una opción viable o cuando su territorio, su familia o él mismo están directamente amenazados. Este instinto no es agresivo por naturaleza, sino reactivo; es una respuesta a una provocación externa que pone en peligro su integridad o la de sus seres queridos. A diferencia de la creencia popular, los perros no están predispuestos a atacar sin motivo. Su inclinación natural es hacia la paz y la armonía, y el recurso a la defensa surge únicamente como último recurso frente a una agresión.

Es crucial comprender que el comportamiento defensivo en los perros debe ser dirigido y educado adecuadamente, especialmente en lo que respecta a su interacción con los seres humanos. A través de un aprendizaje basado en el respeto, la confianza y la comprensión mutua, podemos enseñar a nuestros amigos caninos a gestionar de manera adecuada sus instintos de conservación y supervivencia, asegurando su bienestar y el de la comunidad a su alrededor.

Al abordar estos instintos con empatía y conocimiento, reforzamos el vínculo que compartimos con nuestros perros, demostrando nuestro compromiso con su seguridad y nuestra dedicación a proporcionarles un entorno en el que puedan vivir de manera plena y feliz. Este enfoque respetuoso hacia su naturaleza instintiva no solo mejora la calidad de vida de nuestros compañeros caninos, sino que también enriquece nuestra experiencia compartida, profundizando el entendimiento y el amor que nos une a ellos.

Al contemplar la estrecha relación entre nuestros perros domésticos y sus ancestros lobunos, nos adentramos en una fascinante travesía hacia el corazón de la naturaleza canina. Todos los perros, sin importar su raza, comparten un linaje común con el lobo, lo que se refleja en la preservación de instintos profundos que han sobrevivido a través de miles de años de evolución y domesticación.

Este legado ancestral es evidente no solo en la apariencia física de muchas razas, sino también en sus comportamientos e instintos. La estructura social de los lobos, basada en la lealtad y el respeto hacia los miembros de mayor rango de la manada, encuentra su eco en la forma en que los perros interactúan con sus familias humanas y otros perros. Este instinto social, arraigado en la necesidad de pertenencia y cooperación, es lo que permite a los perros formar vínculos profundos con sus compañeros humanos y caninos.

Además, el instinto territorial de los lobos se manifiesta en los perros de guarda, quienes protegen su hogar y a sus seres queridos con un compromiso inquebrantable. Del mismo modo, el instinto de caza, vital para la supervivencia en la naturaleza, sigue presente en nuestros perros, expresándose en juegos de persecución y en su fascinación por rastrear y explorar.

Curiosamente, incluso el instinto de manejar ganado, observable en los perros pastores, tiene sus raíces en las tácticas de caza de los lobos. La habilidad de un lobo para aislar a una presa del rebaño mediante estrategias complejas y coordinadas es paralela a la destreza con la que un perro pastor dirige y controla a su ganado, una demostración impresionante de inteligencia y colaboración.

Reconocer y apreciar estos instintos lobunos en nuestros perros nos ofrece una perspectiva más profunda de su comportamiento y necesidades. Nos recuerda la importancia de proporcionarles un entorno que no solo satisfaga sus necesidades físicas, sino que también honre su herencia salvaje, permitiéndoles expresar esos instintos ancestrales de maneras seguras y constructivas. Este enfoque enriquece nuestra convivencia con ellos, fortaleciendo el vínculo que compartimos y celebrando la rica vida canina, un legado de su noble ascendencia lobuna.

La investigación llevada a cabo por académicos de la Universidad de California.

En Los Ángeles, liderada por el Profesor Robert Wayner, ha arrojado luz sobre una conexión ancestral que nos une de manera profunda a nuestros compañeros caninos. A través del meticuloso análisis del ADN mitocondrial de lobos y perros procedentes de diversas partes del mundo, se ha revelado una verdad fascinante: las secuencias de ADN de ambos son casi idénticas. Este descubrimiento subraya no solo la cercanía genética entre lobos y perros, sino también el profundo lazo que comparten como miembros del género Canis, dentro de la gran familia Canidae.

Este viaje evolutivo, que se remonta a los primeros miembros de la familia Canidae hace unos trecientos millones de años, culmina con la transformación del lobo en el perro doméstico, un proceso que se estima comenzó hace entre veinte mil y treinta mil años. La historia de esta transición no es solo un relato de adaptación y supervivencia, sino también una narrativa sobre la formación de una de las alianzas más perdurables y significativas en el reino animal: la amistad entre perros y humanos.

El hecho de que los perros hayan sido compañeros del hombre de Neanderthal, y posteriormente del hombre de Cromagnon, habla de una relación que trasciende la mera conveniencia o domesticación.

Esta unión, forjada en las llamas de la prehistoria, ha visto cómo los perros pasaron de ser auxiliares en la caza y guardianes de campamentos a miembros amados de nuestras familias, demostrando una capacidad de adaptación y lealtad sin parangón.

Este conocimiento nos insta a mirar a nuestros amigos caninos con una renovada admiración y respeto, reconociendo en ellos no solo los rasgos y comportamientos heredados de sus ancestros lobunos, sino también la profundidad de su vínculo con nosotros. A lo largo de miles de años, esta relación se ha fortalecido y evolucionado, reflejando la capacidad mutua de adaptarse y prosperar juntos. En cada mirada, cada gesto y cada ladrido de nuestros perros, resuena el eco de una historia compartida, un recordatorio de que, a pesar de los milenios de cambio, el núcleo de esta amistad permanece inalterado, tan firme y verdadero como el ADN que compartimos.

En la próxima entrega, hablaremos sobre los Impulsos:

Puedes ver todo este artículo en nuestro canal de YouTube Conexión Canina Pet.

El video completo lo encuentran en este link : Instintos Caninos

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¡Nuevamente, muchas gracias! Por estar aquí.

 

Que comiencen o terminen muy bien su día. Un gran abrazo para todos.

Y que todo esto sirva para aprender más sobre nuestros más fieles, y así conocerlos mejor.

Los instintos ancestrales en nuestros perros:

No solo son un legado de supervivencia, sino también la brújula que guía sus acciones y emociones diarias. Por ello, recomendamos encarecidamente la socialización canina en un entorno libre y natural, como una chacra acondicionada. Esta práctica permite a los perros expresar sus instintos básicos en un entorno seguro y controlado, lo que es esencial para su bienestar emocional y físico. Al honrar y comprender estos instintos, ofrecemos a nuestros amigos de cuatro patas la oportunidad de desarrollarse plenamente, respetando su esencia y fortaleciendo el vínculo que compartimos con ellos.

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